martes, 9 de marzo de 2021

Las estrictas reglas de un complejo hombre soltero

 

Se singó. En la meseta, en el baño, en la butaca que se mueve. En la cama, por supuesto. Por varios de sus bordes. Dolió. No dolió. Se tuvo pudor. Se dejó ir. Se miró a los ojos. Los ojos miraron todos en la misma dirección. Se estuvo callado. Se gritó. Las manos se pusieron en la pared. Se apretaron. Se singó.

 

A las 6:35pm se acabó, pero esa hora no me convenía. "Necesito seguir un poco más", dije. "Sí", respondió. Y seguimos. Luego ya ni intentamos detenernos de nuevo. Se cayó en un trance en el que la cantidad sustituyó a la calidad y las caras de esfuerzo a las de placer. Un trance del que ya no se sale por sí solo porque ya no se quiere salir. A eso de las 9pm, de alguna forma, se terminó. 

 

Puse la cabeza encima de la puerta abierta del refrigerador. Exhausto. Ni feliz ni infeliz. Lo sentí entrar a la cocina. "No puedo más. No quiero más. No puedo más", dije. "Yo tampoco. Solo necesito abrazarte", dijo. Su cuerpo delgado y alto, que ya me era completamente familiar, se pegó al mío. Su sudor se mezcló con el mío. "Ven", dije, llevándolo de la mano a la cama. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes.

Acostado en mi pecho pasaba el dedo por mis brazos mientras yo miraba al techo y metía una y otra vez los dedos en su pelo rubio. "¿Cómo te llamas?", preguntó. "Gabriel", mentí. "Jared". "Encantado". "Lo mismo". Me gustaba ese momento. Pero una hora antes, cuando dijo algo que no puedo repetir, en un tono vulnerable y masculino, me había dado cuenta que me gustaba más de lo que nos tocaba, así que decidí ahora despegarme por el bien de ambos.

Cogí su cabeza, la puse en la cama, me paré y busqué algo urgentemente banal que hacer.
"¿Juegas Nintendo?" "No soy muy bueno en los videojuegos". "Perfecto, no me gustan los hombres que son buenos en los videojuegos", dije mientras le ponía un volante de mentira en la mano. La luz del televisor nos alumbró como antes lo había hecho el refrigerador. Era lindo en la oscuridad. Era lindo cuando mis equipos lo alumbraban.

 

"Qué hermoso apartamento", dijo. "Gracias. Tú eres hermoso". Sonrió y me abrazó por detrás. "Ya suelta. Tenemos que jugar Naked Nintendo". "No puedo dejar de abrazarte. Fue mucho tiempo. Pero me gusta eso de Naked Nintendo". Nos sentamos uno al lado del otro en el borde de la cama e hicimos a Mario y compañía arrancar sus autos de carrera.

Era verdaderamente malo con aquel volante en la mano. El hombre perfecto. "¿Por qué siento que te conozco?", dijo mientras chocaba con todas las paredes. "No sé. Pero los pingazos hacen eso". Reímos ambos. "Es cierto. Nunca le hago caso a nadie que me diga que conoce a alguien si no lo ha penetrado. Amigos, familiares...nada. No les creo nada". "Estás buscando que te siga abrazando", dijo. Sonreí. "No: sigue manejando".

"¿Eres soltero?", preguntó. "No. Pero hace meses no veo a mi esposo. Fue a Londres a fotografiar cosas y con todas las fronteras cerradas no ha podido regresar." "¿Lo extrañas?" "No, por su causa hace muchos años que no me monto en una montaña rusa. Las montañas rusas son lo único que me hace feliz". "Pero ahora están cerradas, de todas formas". Lo miré. Me miró. "Todo es mentira, ¿cierto?". Asentí y sonreí.

 

"¿Y tú?", pregunté. "Casado". Obvio. "Qué bien". "Con una mujer". Entendí por qué era tan cariñoso y obediente. "Qué bien". "Pero ella sabe que estoy aquí". Mi carrito se estrelló contra algo y tuvo que venir la tortuga a rescatarlo. Aproveché para mirarlo. Tampoco es que uno conozca todo de alguien por darle un pingazo. "Pero llevas aquí cinco horas". "Sí, creo que hoy me van a gritar", dijo. "Todo es mentira, ¿cierto?. Negó con la cabeza y medio que sonrió. Medio que sonreí.

Nuestros carritos llegaron en 11no y 12mo lugar. Los últimos. Tan lindo, tan obediente, tan cariñoso, tan poco habilidoso con un mando en la mano, tan apasionado en la cama, en la meseta, en la butaca que se mueve. El hombre perfecto. Tenía que sacarlo de mi hermoso apartamento y lo sabía.

Se corrió hasta el bastidor de la cama y me miró. Supongo que podía esperar un poco más para decirle que se fuera. Solté el mando y me arrastré hasta caer perfectamente acoplado encima de su cuerpo. "Hey". Beso. "Hey". Beso. "Te extrañé". Beso. "Yo también". Beso. Beso. Beso. "No puedo sin..." "Solo quiero estar cerca de ti". "Tengo cosas que hacer". "¿Por qué me apartas de ti? Yo sé que te gusto", dijo tocándome la parte del cuerpo que lo confirmaba.

 

"Yo...tengo reglas", dije, con la actitud del que confiesa que es impotente. "¿Qué reglas?" "Son muchas". "Di una". "No me acuesto con el mismo hombre dos veces". "¿Por qué?" "Porque me aburro y me pongo a pensar en otra cosa." "Di otra". "Si me siguen gustando después que me vengo tienen que irse rápido para poner pornografía de hombres muy distintos y venirme de nuevo pensando en esos".  "Otra". "Si voy a singar intentar hacerlo al atardecer". "Otra". "Nombre falso". "Otra". "No acostarme cinco horas con nadie".

"No me gustan tus reglas". "Imagino: casado con una mujer, la mujer sabe que estás aquí, te pasas más horas de las que debes... no creo que te gusten mucho las reglas". Ya no había besos ni nada erecto. Estábamos tirados uno encima del otro por gusto. "Creo que ahora es cuando me voy". "Disculpa. Eso fue injusto". "No te preocupes". Me apartó y se levantó. No era violento ni agresivo; seguía incluso pareciendo obediente. Siempre prefiero a los obedientes. Especialmente cuando me confrontan.

"¿Siempre has sido así?", preguntó mientras se vestía. "No. Pero es un mal año", dije. "Es un mal año para todos". "Quizás para mí es peor. No sé". "Son reglas jodidas". "Quizás yo estoy jodido". Fucked-up suena más lindo. Menos jodido. Se ponía los zapatos y yo pensaba en cuánto odio ver irse para siempre a un hombre que me gusta. Me alegré de tener mis reglas para evitar este tipo de accidentes emocionales innecesarios. Me molesté por estar teniendo este.

 

"Me gustas mucho", le dije. Ya sé que no era el momento de decirlo, pero fui criado con otra estricta regla de tres: "Si te gusta un hombre, siempre díselo. Nunca se lo digas a nadie que no te gusta. Si crees que estás enamorado, espera un tiempo antes de decirlo. Casi siempre se te pasa". Reglas y más reglas.

"Adiós, Gabriel. O como quiera que te llames", me dijo en su tono vulnerable y masculino. Obediente. Perfecto.

Cuando cerré la puerta, fui a la cama. Calmado. Quise darle una patada a la cama, pero no lo hice. Quise darle otra. Y otra. Y muchas más. Pero no lo hice. Me abracé a Red, mi Angry Bird, me acosté e invoqué la regla principal del manual: "No pienses en nada, no pienses en nada, no pienses en nada...". En el televisor, nuestra carrera era repetida una y otra vez.

Luego de un tiempo y ya sintiéndome mejor, puse pornografía de hombres muy distintos.

                                                                  

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Meses después, el autor del compendio de reglas estaba en su tercer viaje del día al supermercado de la esquina, calculando el peso de lo que podía llevar en la mano en las dos cuadras que tenía que caminar luego, cuando vio unos ojos que lo miraban detrás de una mascarilla. Pelo rubio medio largo, camisa azul claro, actitud obediente.

"¿Eres tú?", dije. "Soy yo", dijo. "Hola". "Hola". "¿Somos vecinos?". "Somos vecinos". "¿Cómo estás?" "Bien. Pero tú estás en la línea equivocada". "¿Disculpa?" Señaló las flechas en el piso que indicaban que las secciones ahora son de una sola vía. "Oh, supongo que me tengo que ir de esta sección", dije. "Sí, eso". Listo: me estaban botando de la sección de pastas. Drama en el Publix. "Ok. Fue bueno verte". "Igual".

En otra sección en la que no iba contrario me detuve a pensar en los pasados dos minutos. Estaba excitado y me gustaba mucho Jared. Un hombre obediente que me aparta de su camino y me bota de lugares públicos. El antiguo yo sin reglas se hubiera lanzado de nuevo a la sección de pastas y lo tocaría por un hombro para recordarle quién mandaba allí.

 

Un minuto más tarde me lanzaba a la sección de pastas y lo tocaba por un hombro. Se viró, le bajé la mascarilla y me bajé la mía. Voy por la sección que no es, bajo mascarillas: soy todo lo que está mal con la sociedad floridiana. Una señora corrió en la otra dirección, no sabremos si por homofobia, por espíritu de preservación o para llamar a la policía.

"Hey". "Hey". "Te extrañé". "Yo también." "Siento lo que pasó". "Siento que tengas tantas reglas que no me dejan ir a jugar Naked Nintendo". Le puse la mascarilla de nuevo. Me puse la mía. Respiré hondo.

"Mi nombre es Raúl. No sé qué hago en Miami, pero aquí estoy. Hay pandemia y nunca veo a otros seres humanos. Soy la única persona sin carro en esta ciudad y tengo que venir cuatro veces al mercado. Tuve que convertir una casa donde vivían dos en una casa donde vivo yo solo, pero todo me sigue recordando al otro que vivía ahí. No hay montañas rusas en mi vida. Tengo miedo acostarme a dormir porque cuando me despierto me siento desesperado. Desde que soy niño me deprimo de 5 a 7 de la noche, y por estos días estoy peor".


Me tocó un brazo y lo apretó, con la misma energía con la que me abrazaba sin poder controlarse meses atrás.

"Así que necesito mis reglas. Porque si me dejo llevar y ser todo lo apasionado, adicto al sexo y enamoradizo que puedo ser, voy a terminar completamente descontrolado, drogado y perdido en saunas. Me ha pasado antes. Necesito mis reglas para que me controlen, para que me centren. Son reglas jodidas pero tienen sentido cuando uno está jodido. Te dan paz. Triste, pero paz".

Me apretó aún más el brazo. "Raúl, un día, cuando todo esto se acabe, te llevaré y montaremos una montaña rusa juntos". Sonreí. Mi mejor sonrisa de todo el 2020.

"¿Quieres ir a jugar Nintendo ahora? Quizás Naked Nintendo, quizás solo Nintendo", dijo el antiguo Raúl. "Mucho. Quiero ir y abrazarte y jugar Nintendo". "¿No tienes que llevar las compras a tu casa?" "Sí, así que imagino que me van a gritar". Los obedientes son muy desobedientes por otros lados. El hombre perfecto. "¿Pero y tus reglas? No quiero afectar tu paz triste".

 

Analicé seriamente su pregunta. "¿Sabes qué? Creo que puedo agregar una nueva regla. Si ya estuve con alguien y me gusta mucho y me lo encuentro en el supermercado y le confieso la causa de mis reglas raras y él ofrece montañas rusas...puedo volver a verlo".

"Finalmente una regla que me gusta". Sonreímos. "Ven", dije y le di la mano. Él me siguió, obediente. Siempre prefiero a los obedientes. Especialmente a los que no siguen las reglas.

A las 7pm nuestros carritos llegaron en unos felices 11no y 12mo lugar.

 


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